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  • El pr logo y el ep

    2018-10-29

    El prólogo y el epílogo nos ubican en estos espacios movibles o de transición: la taberna, el albergue y la calle, lugares que ocupa la niña del brazo mutilado y donde pernoctan los parroquianos del bar; por lo tanto, estos espacios carecen de identidad propia, son lugares para refugiarse y que están en constante movimiento: “Ubicada cisapride un costado del albergue, la taberna, a estas horas no da abasto para atender a sus múltiples parroquianos, iluminados prematuramente por una luz que compite con la claridad que se filtra a través de sus ventanas” (Eltit, 1998, p. 130). Estos espacios son lo que Augé (2000) llama “los no lugares” porque debido a su movilidad posibilitan múltiples lugares de paso, que no llegan a controlar plenamente la multiplicidad, y sirven solo para su habitar momentáneo. El prólogo de la novela dice que: En este espacio surrealista, la niña y el hombre que sueña comienzan a competir por el vaticinio y la interpretación del sueño que augura la tragedia de los hermanos y que da inicio al relato en tres actos. El prólogo finaliza y luego se vuelve a la narración en el epílogo de la novela, en el que los vendedores exhiben su mercadería en las calles: “pequeños utensilios, objetos estridentes e inútiles, saldos rescatados de un incendio, ropas, juguetes, cosméticos, relojes, anteojos, pañuelos, perfumes, cajas de música, se multiplican a lo largo de las veredas” (p. 189) y la ofrecen a gritos en la calle, vistiendo la camiseta de algún líder revolucionario, mientras las cámaras de seguridad y la ocasional vigilancia policial monitorean la venta y a los vendedores. Estamos frente a un espacio que es la antítesis del supermercado moderno, que la globalización ha instaurado como modelo transnacional: no hay pasillos limpios y ordenados, sino imitaciones de productos baratos que se desparraman por las calles: Mientras se ofrecen los productos alternativos desde la acera como lugar de exhibición, el escenario del transfondo muestra las vitrinas de las tiendas establecidas que ostentan el esplendor del producto original en el espacio reluciente de la tienda de moda. Sin embargo, el reflejo de las vitrinas deforma los productos por la mala imitación de los modelos importados, parodiando al sistema de la mercancía al mantenerse en forma paralela como un negativo del supermercado. Este es el mundo neoliberal de los “desagregados”, de aquellos que no tienen acceso al producto original y exclusivo, pero que buscan otras formas de imitarlo y adquirirlo. Los “príncipes de las calles”, como se titula el epílogo, son “los trabajadores de la muerte”, el negativo de los supermercados y los malls. Para ello entonces es necesario el incesto y el asesinato que se ha narrado en la novela, ya que el hermano, vividor de la noche y de una clase más baja, debe seducir y asesinar a su contraparte, hija oficial y de clase más alta. El hermano, como parte de los trabajadores de la muerte, constituye el ethos neoliberal de la nueva clase obrera, siendo parte de “los otros” de la noche, que deben existir para que se construya, desde abajo, el nuevo sistema, y para crear una buena “mano de obra” al servicio de la mercancía. Sin embargo, estos “otros”, esta multitud que vende sus mercancías alternativas, no son agentes pasivos que desean adquirir el producto original, sino que desafían el orden neoliberal del mercado y la vigilancia: “Atardece, Santiago se disloca, muta. Por un altoparlante se escucha la última promoción de un candidato a sclereids un sitial político que apela a su carisma con el pueblo. Santiago se disloca” (p. 205). Por ello, en esta antítesis de trabajadores en la novela, se observa una acumulación excesiva de mercancías y el movimiento constante de compradores y vendedores alternativos, “piratas”, reciclados, copiados. Todos son parte del capitalismo, pero mediante una circulación alterna de los productos desde donde la multitud, “se apropia del espacio y se constituye en un sujeto activo” (Hardt y Negri, 2004, p. 360) que busca otras formas de acomodarse al sistema por vías subterráneas, inusuales, alternativas. La importancia de estas mercancías es que parodian la moda oficial y “las vitrinas de las tiendas duplican los objetos que se tienen en el suelo” (Eltit, 1998, p. 190) y la multitud hace uso de ellas por medio del comercio callejero, burlándose del mercado oficial que les prohíbe, debido al alto costo de los productos, la adquisición oficial. Es una multitud activa que “se hacen uno con su cuerpo y vestido también por una camiseta en cuya frente está impreso un gran signo monetario” (Eltit, 1998, p. 190), o puede ser de un héroe popular a quien ya no siguen. Ellos actúan en grupo, en multitud, en un espacio abigarrado de productos, música, gritos, bailes en la calle que es tomada por estos “príncipes de las calles” para parodiar el mall. Y aquí permanece la niña del brazo mutilado como una constante molestia, recorriendo las calles, recordándonos el incesto y el asesinato, “custodiando la entrada del paseo principal. Por su cara impávida, por la altanera recurrencia de su pose, se desliza la potencia con la que encubre el legendario enigma” (p. 205). Esta niña porta un poder especial, ya que con su presencia y su voz domina el espacio del bar, de la hospedería y de la calle, provocando incomodidad y evitando que la miren directamente. Es una adicta al vino y camina acompañada por dos hombres deformes en sillas de ruedas a quienes alimenta con restos de vino. La monstruosidad de la niña del brazo mutilado es la reencarnación de la perversión que ella misma presagia, pero ¿cuál es esa perversión?: la supremacía de la mercancía en el incipiente proyecto neoliberal de Chile.