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  • De esta manera los estados latinoamericanos se

    2019-05-04

    De esta manera, los estados latinoamericanos se han redefinido desde aquello que puede denominarse cautela y desconfianza. Dichos estados son la materialización de la desconfianza histórica, de la amplitud del margen del conocimiento, de la apreciación de que no todo va bien y por supuesto, de una “sensatez” respecto de que aquello que hoy los acongoja debe ser retirado por la acción y no por el paso del tiempo. De ahí que los estados actuales sean propicios no para la estabilidad, sino para la prevención, cuyo argumento de seguridad estatal es la incertidumbre. Este fenómeno, como señala Tanaka, también opacó el estudio sobre el Estado, porque se implementó, por una parte, la liberalización de la economía y la reducción del papel del Estado y, por otra parte, desde los críticos purchase CM-272 esas políticas, la denuncia de sus perversos efectos sociales. El tema se sustituyó por la urdimbre de la incertidumbre: “incertidumbre sobre el desarrollo y la evolución de la crisis en los distintos países de la región, sobre la velocidad y profundidad con que afectará a los distintos sectores en cada país.” El proceso que enmarca esta crisis estructural refere simbólicamente al agotamiento social, económico y político, y a la situación de vulnerabilidad de la “matriz Estado-céntrica”, entendida como relación Estado-sociedad en términos alternativos del modelo de acumulación y de articulación de intereses. Es la crisis de la legitimación, de la acción social e interacción cultural. De acuerdo con Altvater y Mahnkopf, aparece así la necesidad de seguridad, que no es otra que la consecuencia de las inseguridades de las interacciones humanas, “que se originan por la complejidad de los problemas que deben solucionarse, y por el software de solución del que dispone el individuo”. En este sentido, la causa de la crisis siempre ha sido clara, pero las formas de solución, inadecuadas. Así se constituyó lo que Collier y Collier denominarían “coyuntura crítica”; un momento extremadamente fluido en el que un orden se derrumba progresivamente y empieza a aparecer inciertamente otro. Es una coyuntura fundamental por su plasticidad, porque las estructuras son particularmente moldeables a cervix la acción política, y porque lo resultante del momento tendrá consecuencias de largo plazo. Dicha coyuntura crítica implicó dos situaciones en la región. Por una parte, la necesidad de buscar alternativas para resolver la competitividad económica neoliberal, emprendiendo transformaciones del modelo con la intención de impactar en el escenario político y en el imaginario colectivo; y por otra, la pérdida de legitimidad, al buscar responsabilidad en los actores políticos, mas no en los agentes de mercado propiamente existentes, quienes a través del discurso hegemónico garantizaban el funcionamiento de la lógica estatal. La situación así, asumida como circunstancial, se consensuó desde diversas “escuelas de pensamiento” (Think Tank), y ante demandas crecientes de una sociedad civil más activa y el incumplimiento de los compromisos ante ella, inició el proceso sistemático de “recetas” o “líneas de acción”, que garantizarían, “románticamente”, el desarrollo social y la superación de la crisis. La crisis que se diagnosticó señalaba problemas de gobernabilidad, agotamiento institucional y la ausencia de sistemas de partidos competitivos. Inicia entonces, la era de la gobernabilidad democrática: calificar y clasificar a los estados por el grado, nivel, e incluso, calidad de las instituciones y prácticas democrático-procedimentales, aunque no existan condiciones favorables para ello. Sin embargo, esto último nunca fue ni ha sido un requisito para aplicar los paliativos institucionales, pues la lógica explicativa de la crisis responde a una “obviedad”: “Las pérdidas que ocasionan las crisis no son recuperables en el nuevo ciclo. La próxima bonanza no asegura alcanzar, por sí misma, lo que perdamos en esta crisis. Veinticuatro años hubieron de pasar para que la región alcanzara los niveles de pobreza que exhibía antes de la crisis de 1980”. Así, el costo social de la crisis es proyectado e inevitable, incluso necesario. Es la idea discursiva del “sacrifcio” social en favor del “bien común” del desarrollo.