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    2019-05-06

    Por otra parte, en su definición experiencial y corporal, estas escenas colocan la Historia verdadera en otra dimensión, el relato de viaje. En efecto, lo que caracterizaría buena parte de esta crónica así como las dos primeras cartas cortesianas (al menos) es el relato del viaje de conquista, el énfasis en la experiencia y en la verdad de lo contado y la referencia permanente al transitar, en constante cruce con el relato histórico. Como elemento común DZNep cost los relatos de viaje coloniales del siglo xvi —tanto a los textos que pueden englobarse casi por completo en dicha categoría como a las secciones incluidas en el cuerpo mayor de una crónica o relación, tal como ocurre con la Historia verdadera o las Cartas de Relación— se presenta la experiencia corporal del Nuevo Mundo, el muchas veces brutal enfrentamiento con la novedad, y el tesonero impulso de dar cuenta por escrito de este desplazamiento. Si estas historias, enlazadas a partir de un “pacto referencial” tácito, declaran narrar la verdad de los hechos, esa verdad debe atravesar numerosos escollos: la traducción, la modificación, la metamorfosis que el lenguaje implica; la experiencia radical de la otredad que la escritura convoca; el tamiz de dos posiciones distintas de sujeto, que la modelan en los trabajos de la memoria y en las escarpadas geografías del olvido. Pero la Historia verdadera no se limita a afirmar la representación de lo verdadero por real, sino que presenta múltiples instancias de reflexión metatextual acerca de los contenidos de la escritura, el orden de la trama, la multiplicidad de agentes y factores que inciden en el relato, en la transmisión, en la organización textual. Se trata de características propias de este narrador, vinculadas con la forma del relato oral, pero que también remiten a aquello que Barthes, siguiendo a Jakobson, denomina “shifters de organización”, y que significan lo real en una descronologización que señala la enunciación. En todos ellos es común la preocupación acerca del saber decir en relación con los saberes doctos y acerca de saber transmitir en relación con la complejidad del recuerdo y de lo experimentado. Resuena aquí un punto en común con ciertas vertientes que piensan el realismo literario en los siglos xix y xx: la idea de que la realidad misma ha cambiado y por tanto es necesario redefinir las formas que podrían dar cuenta de ello. En el siglo xvi, la hiperbólica experiencia del encuentro con el Nuevo Mundo, que conduce a la transformación de las concepciones de sujeto, experiencia, historia, naturaleza, espacio, tiene su correlato en el tremedal que azota a Indirect end-labeling los discursos histórico y literario como eran concebidos hasta entonces. Por lo demás, a esta pretensión de verdad objetiva se le impone el complejo proceso del encuentro con la novedad. Lo nuevo es aquí lo otro, lo inesperado, lo abominable y lo cruento pero es, sobre todo, lo maravilloso, lo inverosímil. Para narrarlo, el enunciador suele acudir al relato de viaje, por un lado, y a las imágenes propias de las novelas de caballerías. Con esos parámetros, relata las batallas o describe la ciudad de Tenochtitlán, en una rememoración que actualiza una imagen fabulosa, matizada por el recuerdo de la posterior destrucción: El narrador trabaja con una materia confusa y heterogénea, a la que somete al proceso de apropiación, reducción, asimilación y analogía propio de todo relato, para dirigirse a un destinatario receloso, lejano, poderoso, incrédulo (en términos del poder metropolitano), o bien heterogéneo, “curioso”, tal como lo plantea la Historia verdadera. (Recordemos que el prólogo del Manuscrito Guatemala de la Historia verdadera, por ejemplo, comienza del siguiente modo: “Notando estado cómo los muy afamados coronistas antes que comiencen a escrevir sus istorias hacen primero su prólogo y preánbulo, con razones y retórica muy subida, para dar luz y crédito a sus razones porque los curiosos le-tores que las leyeren tomen melodía y sabor dellas”.) Estas historias exceden la obligación y la auto-defensa: en ellas anida la fe en la letra y en la capacidad de la lengua para contar el mundo, sin olvidar la conciencia de la limitación de la expresión escrita, que Bernal Díaz reitera en la Historia verdadera y asimila a su falta de latines. (Continúa dicho prólogo: “Y yo, como no soy latino, no me atrevo a hazer preánbulo ni prólogo dello, porque a menester, para sublimar los eroicos hechos y hazañas que hezimos cuando ganamos la Nueva España […] para podello escrivir tan sublimadamente como es dino fuera menester otra elo-quencia y retórica mejor que no la mía”.) Por tanto, esta crónica no debe ser leída solo como un medio para alcanzar un fin (poder, gloria, fama, dinero, encomiendas) ya que es en sí misma testimonio que alberga el espacio utópico de un encuentro, en la rememoración de aquello que “agora todo está por el suelo, perdido, que no ay cosa”, como escribe Bernal Díaz respecto de Tenochtitlán.