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  • Sus l neas escupen desprecio por los conquistadores

    2019-05-13

    Sus líneas escupen desprecio por los conquistadores que se pliegan nmda receptor antagonist los designios de los letrados del rey en vez de liquidarlos, y son “hombres chicos y grandes pues consienten entrar un bachiller donde ellos trabajaron y no matarlos a todos pues son causa de tantos males”. De los indultos reales vuelve a mofarse: Si alguna vez —en el alzamiento de Sebastián de Castilla en 1553— salvó el cuello al aceptar la amnistía, en esta ocasión, como se ha señalado, estaba dispuesto a ir hasta el final. Más allá de la posibilidad de terminar en el cadalso, también estaba el riesgo de que, en su calidad de hijodalgo, tuviera que arrostrar una intolerable muerte civil, castigo deparado a los delitos de lesa majestad. Poco tenían ya que perder: los hombres habían sufrido “de ellos cojos de ellos sanos por los muchos trabajos que hemos pasado en el Perú y cierto hallar tierra por miserable que fuera”, y se habían convertido en “tristes cuerpos que están con más costurones que ropas de romero”. En cuanto a sus vidas, “hacemos cuenta que vienen de gracia, según el río y la mar y el hambre nos han amenazado con la muerte, y así, los que vinieren contra nosotros hagan cuenta que vienen a pelear contra los espíritus de hombres muertos”. La jornada del Amazonas ha forjado su “derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón […] lago tan temeroso y río tan mal afortunado [donde no hay más] sino que desesperar”. De estas tres cartas, además, pueden entresacarse sucintos perfiles autobiográficos que dan cuenta tanto de la idea que Lope se había forjado de sí mismo, como de los valores y paradigmas de una época “dorada” que se esfumaba a ojos vistas.Él y sus pares no ejercían “oficios ruines”, pese a que su propia condición de guerreros imposibilitaba que dieran algún “orden a la vida”, pues “sólo sabemos hacer pelotas y amolar lanzas, que es la moneda que acá corre”. El epítome de esta imagen caballeresca, incluso, era la proeza que él mismo había llevado a cabo: “acometer a Don Felipe rey de Castilla, [que] no es sino [un acto propio] de generosos y de gran ánimo”. En su desesperada empresa puntualiza claramente la meta de su rebelión: emancipar el Perú de Castilla y seduce a hydrogen bond sus hombres con el compromiso de distribuir entre ellos el poder y riqueza si logran el éxito. Hay evocación a un pasado mítico que puede restablecerse en Indias, pues a cambio de la buena fe, la fidelidad y apoyo de su gente al proyecto, le jura que “har[á] que salgan del Marañón otros godos que gobiernen y señoreen a Pirú como los que gobernaron a España”. A los conquistadores despojados y mal retribuidos por el espurio rey castellano que han decidido unirse a la rebelión justiciera para hacerse de su legítima recompensa que es el Perú, les aguarda una promesa similar a la que encontró Castilla de sus ancestros góticos: legitimar su preeminencia sobre los demás reinos hispanos y hacerse del poder necesario para cumplir la misión divina de recomponer la unidad de la “monarchia del reyno de España” que los infieles musulmanes habían disgregado.
    LA FRAGILIDAD DE LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS PERUANAS Las novedades en la rebelión de Aguirre, esto es, el “desnaturamiento” y la formulación de un proyecto de un reino independiente en el Perú, constituyeron respuestas harto insólitas a los desarrollos específicos en el proceso de conquista y a la orientación de la política regia (1538-1560). En los tiempos de Aguirre la fama de las fabulosas riquezas de los reinos de México y Perú recorría el orbe, lo que fue un poderoso señuelo para que muchos habitantes de la Península se trasladaran a las Indias, pretendiendo emular a los grandes conquistadores. Los despojos del imperio inca dieron a varios súbditos castellanos la oportunidad de acumular considerables fortunas y de volverse a sus tierras como importantes señores; otros más, enriquecidos de igual manera, decidieron quedarse en América y vivir con comodidad. Podían vivir el sueño señorial de tener “casa poblada”, es decir, una morada grande donde entrasen y saliesen criados, deudos, amigos; donde hubiera mesa generosa para muchos huéspedes; una esposa española, sirvientes indígenas y esclavos negros, una gran caballeriza; además de tierras para siembra y ganados, ropas finas y una regiduría en un cabildo.