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  • Bien templada en fin entre sus

    2019-06-21

    Bien templada, en fin, entre sus numerosas fuentes de conocimiento, sor Juana es tan pitagórica como san Agustín, Boecio o Gaffurio; foguea su neoplatonismo en ideas de Sinesio, Jámblico o Ficino, y BAPTA-AM la vez está en posibilidad de compulsar sus adquisiciones teóricas sobre música en Ramos Pareja, Salinas, Zarlino o Cerone desde una perspectiva típicamente barroca, de múltiples puntos de fuga, capaz de incluir en su espectro hasta las perspectivas ilusionistas. En su romance 21, la “coma que hay perdida”, “el semitono incantable” y todo aquello que contraviene fácticamente la armonización instrumental es una fuente de perplejidades —perfectamente expresadas en su romance— que la llevan a invocar las cenizas de Pitágoras en busca de una solución que evidentemente él no le ofrece. No seríamos fieles a la verdad ni textual ni contextual si la encerramos exclusivamente en el estuche pitagórico, por mucho que esta sea una tentación de quienes descubren algunos de sus rasgos en la obra de sor Juana. Esos rasgos no son los únicos, pues estamos ante una autora barroca. Ella es muy capaz de afinar su lira. Es por ello que podríamos afirmar metafóricamente que sor Juana fue una música bien temperada pero no entendiendo esta metáfora como una afirmación positiva avant la lettre, sino como una realidad cultural, estética y psíquica de nuestra autora, siempre investigando, siempre confrontando diversas fuentes y teorías no sólo en el plano de lo especulativo, sino en la materialidad fáctica de sus prácticas y juegos cotidianos, siempre tratando de saciar esa inagotable curiosidad suya que la impulsa a explorar en los antiguos y los modernos las más diversas disciplinas, como todos los grandes barrocos de su siglo.
    Los tres textos de los que me ocupo se centran en la figura de Antonio Muñoz, en el momento en que llega a la Nueva España en 1568 para juzgar la conducta del virrey marqués de Falces. Si bien hay algunas diferencias en las versiones, la mayor parte coincide en presentar a este visitador como un hombre arbitrario y autoritario. Así, la intención de sentido parece ser la de destacar la crueldad de un funcionario del Estado español, nombrado por el rey, lo cual subrayaba la necesidad, , de la Independencia. Centrar la atención sobre este personaje, pintado claramente como villano, establece un enemigo común, externo, frente al cual los habitantes de la Nueva España podrían unirse, emocionalmente o por medio de las armas. En cuanto a Paleozoic Era los lectores contemporáneos de los autores, parecería buscarse la reacción reafirmativa del movimiento de Independencia. Sin embargo, esta visión negativa de Muñoz no es ya, por ejemplo, el lente desde el cual se considera a este personaje en nuestros años. En el artículo “Alonso Muñoz, consejero de Indias”, Carmen Martínez Ríos sigue la amplia carrera de este funcionario e incluso de su familia, después de su muerte. Esta autora menciona muy de pasada la crueldad del visitador, contrastada con la de otro de los visitadores, Carrillo, el funcionario que viajó con él a la Nueva España a resolver los problemas políticos que empezaban a afectar la economía y el comercio de la Corona. En el recorrido que hace Martínez de la vida de Muñoz, el asunto de su supuesta crueldad es un asunto menor, frente a la larga y exitosa carrera que había tenido como funcionario: baste ver el título del ar-tículo, donde el énfasis se coloca en su papel como consejero de Indias. La autora usa como fuente el libro de Juan Suárez de Peralta, . Este tratado fue escrito en 1589 y apenas rescatado a fines del siglo . No deja de ser interesante que, si bien Suárez de Peralta menciona la crueldad de Muñoz, tampoco es, para él, ni remotamente el principal rasgo de su carácter. En su versión, las variaciones con respecto a Manuel Orozco y Berra y Torquemada, son mayores. Por ejemplo, la ya mencionada crueldad de Muñoz, que en los textos a los que hago referencia en el cuerpo del artículo es fundamental, queda en sospecha en la de Suárez de Peralta e incluso se la atribuye, como posibilidad, a Carrillo —si bien sí se acepta que Muñoz tenía esa fama (Suárez de Peralta: 233). Por no haber sido fuente de los textos aquí comentados, no me ocupo en detalle de esta versión. Baste decir que apunta a lo resbaladizo de las distintas versiones de los hechos, y a la decisión de adoptar una u otra fuente histórica para realizar una versión literaria e incluso, al elegir una versión, llevar a cabo una selección de fragmentos y luego recrearlos.